jueves , 30 octubre 2025
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ESSENCIALISMO

¿Vale la pena ir a la Feria de Essen al menos una vez en la vida? Una reflexión personal, crítica y apasionada sobre la gran cita lúdica del año.

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Vale la pena la feria de essen

La sempiterna y casi religiosa pregunta: ¿debe un “verdadero” jugón o jugona asistir a la feria de juegos de Essen al menos una vez en la vida? Para mí, la respuesta corta sería sí…. pero advirtiendo un montón de matices, dudas, criterios subjetivos e incluso contradicciones. Como cuando hablé de emergencias, voy a tratar de justificar esa precaria afirmación ofreciendo un punto de vista muy condicionado por mis propias vivencias, aunque, de la misma manera, tratando de respetar la complejidad o densidad de la experiencia (odio la rigidez y simplificación de los rankings, clasificaciones, puntuaciones, encuestas de opinión y categorizaciones tan al uso actualmente). Vaya por delante también la advertencia de que, con toda seguridad, lo que voy a contar aquí no va a descubrir nada nuevo a quien haya visitado la feria.

 

En lo que mí respecta, es la quinta vez que visito la feria desde el año 2016 -regresé de la última hace pocos días- y siempre la he gozado un montón; incluso ediciones que, a priori, no parecían prometer mercancía demasiado interesante, caso de la del año pasado o la de este mismo año (¿puede que, en eso, Essen sea un síntoma de que la industria empieza a desinflarse… y no sólo en sus aspectos más creativos como demuestra el caso de CMON?). Como fuera, el subidón de adrenalina que un jugón sufre cuando está allí no es óbice para, ya con más calma, reconocer multitud de disfunciones, incoherencias, puntos ciegos y de fuga en la experiencia “essencial”.

Para empezar, visitar la Feria de Essen exige tener un nivel bastante aceptable de inglés (o de alemán), enfrascarse en una planificación cuidadosa y con casi un año de antelación y, sobre todo, tener claro que va a requerir un desembolso importante. El debe incluye el pago anticipado de las entradas para la feria (nada baratas), billetes de avión a Düsseldorf, trenes de ida y vuelta a Essen y un alojamiento caro y difícil de conseguir (plazas en hoteles o Airbnb son prácticamente una quimera) o, como alternativa, un lugar alejado o, incluso, sito en otras localidades cercanas. Si se opta por un alojamiento apartado, hay que asegurarse de que existe una estación de tren cercana u optar por alquilar un coche para ir y venir todos los días (la feria tiene parkings grandes cercanos, pero con accesos que se atascan desde primera hora de la mañana). A todo ello hay que añadir un presupuesto básico para el desplazamiento cotidiano (parkings, gasolina, trenes, metros, taxis…) y la alimentación, siendo ésta generalmente cara y no demasiado sana (la comida basura, aún en forma de ricas bratwursts, estará a la orden del día). Por cierto, pensemos en todos esos frentes para tres o cuatro días de estancia: la feria empieza un jueves, un miércoles si se tiene pase de prensa, y termina el domingo siguiente, aunque para entonces muchos asistentes ya está volviendo a su casa. Por último, cómo no, hay que sumar el gasto más relevante: el propio fondo para juegos… porque, si no vamos a Essen a hacernos con un buen botín lúdico y traérnoslo de vuelta, a qué puñetas vamos. De hecho, considerando esto último, al viaje también habrá que sumar la facturación de alguna voluminosa maleta (ida y vuelta), si bien desde hace unos años la propia feria dispone de un servicio de envío internacional, a un precio “razonable”, para los juegos adquiridos.

 

Y en este último punto es dónde nos encontramos con la madre del cordero: en rigor, ni siquiera la adquisición de juegos, que deberían ser el motivo central de todo, parece justificar tanto lío. Como muchos ya sabrán o supondrán, la mayor parte de la mercancía que se presenta en Essen va a estar disponible en las tiendas patrias -incluso en nuestro propio idioma y más baratas- en pocos días, semanas o, a lo sumo, meses… cuando no antes o de forma simultánea a la celebración de la feria. Tengan claro que los juegos llegarán, y con mayor seguridad, rapidez y facilidad cuánto más exitosos sean, por lo que no corremos el peligro de perdernos nada relevante: este mismo año, por ejemplo, se presentaban juegos bastante esperados como Ants y Echoes of Times (ambos de la escuela italiana), Recall (de los creadores de Revive), Ink (el abstracto que se asimilaría a los Azul o Calico de ediciones pasadas), Sanctuary (versión lite de Ark Nova) o las nuevas expansiones de los exitosos Seti y Las Ruinas de Arnak -también otros muchos cargados de hype que han terminado desinflándose, como Tax the Rich o Bohemians-… y prácticamente todos están ya en camino. A ello hay que añadir que, al menos este año, entre lo que más ha sonado y agotado, contábamos con una ingente cantidad de asequible producto nacional; caso de Covenant de Devir, Orloj de Perro Loko, Coming of Age de Ludonova, Carnival of Sins de Tranjis o Rey Planeta de NAC-Más Que Oca. No quiero dejar de mencionar Divas y Valpiedra, dos juegos que, personalmente, me han parecido una maravilla independientemente de su recorrido en la feria. Sin duda, la rápida evolución y posicionamiento internacional de las editoriales españolas en estos últimos años merecería otra reseña mejor informada que esta.

 

Pero a lo que vamos: lejos queda ya la época en que uno iba a Essen buscando desconocidas o escondidas joyas lúdicas, juegos que nunca llegarían o tardarían años en hacerlo. De esos tiempos atesoro mis primeras y preciosas ediciones de Expedition: Northwest Passage o Study in Emerald, juegos que, precisamente, hasta este mismo año no han sido revisados o reimplementados. Quizá la única excepción a esta amplia disponibilidad lúdica sean algunas editoriales pequeñas, independientes y, sobre todo, provenientes de latitudes más orientales. Desde siempre, estas últimas han sido poco accesibles para el público occidental -aunque cada vez menos- y, en la mayoría de las ocasiones, más apreciadas por la rareza e inaccesibilidad de sus cuquísimos productos que por una calidad objetiva. Recuerdo, por ejemplo, un demandado y agotadísimo One of us becomes an evil God en la feria de 2016, juego japonés ahora hundido en lo más profundo de los rankings de la BoardGameGeek. Irradiando esa aura de exotismo, cabría señalar, entre otras, a Engames, editorial japonesa que este año ha vuelto a la feria con copias de sobra de su arrollador Nokosu Dice -gracias a Dios- pero con escasísimos y mal administrados ejemplares de su notoria novedad Ghost Lift. Pensando en ello, supongo que otra reseña habría que dedicar al discutible comportamiento de ciertas editoriales para con los sufridos jugones. En no pocas ocasiones, estos, tras pegarse un buen madrugón y esperar largas colas, terminan encontrándose con que, día tras día, las copias comprometidas para la jornada han sido “desviadas” -y agotadas- antes de la apertura de puertas, normalmente en beneficio de influencers, youtubers y resto de fauna creadora-de-contenido.

Y, por fin, a todo ello, hay que añadir las cosas que han ido cambiando en la organización de la propia feria; muchas de ellas para mal desde el punto de vista de los que la conocemos desde hace al menos 10 años. Aunque con seguridad hay mucho de subjetivo y nostálgico en mi desencanto (nada es como la primera vez), es un hecho que la feria ha ido progresivamente encareciéndose (este año han decidido no ofrecer los bonos de feria completa, poniendo a la venta entradas por día a un precio considerable: 22,5 euros) y, sobre todo, masificándose (de los en torno a 175.000 asistentes en 2016 a los más de 200.000 actuales, mediando el bajón de la pandemia) y precarizando buena parte sus dinámicas, propuestas y actividades. Así, hoy en día es difícil encontrar incidentalmente mesas libres para jugar, cuando no se exige realizar reservas previas que nos abocan a un verdadero tour de forcé de agenda y cronograma. Este año, por ejemplo, nos resultó imposible encontrar un hueco para probar Molly House o una de las sorpresas de la feria, el juego chileno El pantano de Feya (aunque tranquilícense, lo traerá 2 tomates). Además, las explicaciones simples y superficiales de los juegos presentados o la venta ganan terreno a las más pausadas y detalladas. Se hizo patente, por ejemplo, en la demostración del esperado Speakeasy de Vital Lacerda, la cual nos dejó sólo sensaciones vagas y evocadoras del Scarface 1930. Dentro de esta tónica perversa, los juegos más interesantes desaparecen a una velocidad endiablada, siendo habitual que terminen agotados mientras tratas de probarlos antes de decidir si hacerte o no con ellos. Este año lo sufrimos con Dino Dynasty, juego de la ínclita ION que nos cautivó a pesar de una explicación bastante accidentada (prueben a entender el inglés de un sufrido nórdico afónico y rodeados de ruido) y que ya era imposible adquirir en el segundo día de la feria. De hecho, conscientes de estas disfunciones, no arriesgamos con otros juegos como The Presence o los ya mencionados Molly House, Ants, Echoes of Times y Tax de Rich; todos comprados -y, en efecto, agotados- prácticamente a ciegas el primer día. Como criterio, no nos quedó más remedio que confiar en la escasa información y sensaciones que corrían por internet, circunstancia que provocó que pincháramos, como ya comenté, en el último de ellos.

Así las cosas, si, objetivamente, no compensa ni el tremendo gasto, ni la excepcionalidad de los juegos disponibles, ni los rigores de la masificación, ¿por qué defiendo que un “verdadero jugón” o jugona debe visitar Essen?. Pues porque si es un “verdadero jugón” va a seguir teniendo una experiencia brutal y desbordante. Entiéndase entonces ya que si he entrecomillado lo de “verdadero jugón” desde el inicio de este texto no es debido a un juicio de valor elitista: uno no se va a convertir en tal solo tras visitar Essen, sino que sólo disfrutará de Essen si ya es tal, si está metido en esto de los juegos hasta las trancas -que quizá también es algo para hacérnoslo mirar, independientemente de la perspectiva habitualmente ajena y pasmada de quién no esté en el ajo-. En definitiva, si se es un jugón o jugona, Essen ofrecerá una tremenda inmersión multisensorial, una genuina experiencia de carácter estético o casi místico.

 

Dice un amigo jugón danés, buen conocedor de la cultura española, que la apertura de las puertas el primer día de la feria parece el salto de la reja de la Virgen del Rocío. Más allá de la exageración, es cierto que, minutos antes de la inauguración, uno puede sentir cómo crece la emoción y los nervios entre las multitudes agolpada frente a las enormes puertas de los tres puntos de acceso. Cuando éstas se abren de par en par, toda esa tensión acumulada se libera catárticamente mientras nos adentramos en un espacio inmenso, distribuido en siete naves industriales altas como catedrales. Cruzado ese umbral, llega el momento en que el jugón dimensiona lo que supone verdaderamente “su mundo” y sufre el síndrome de Stendhal, abrumado por la cartelería gigante de las editoriales, el laberinto sideral de stands y las montañas de juegos y merchandising lúdico. A estas alturas, suspendido, lo queramos o no, cualquier prurito antineoliberal o mala conciencia consumista, nos entregaremos con fervor munchkin a nuestra pasión. Y sí, buena parte de la experiencia tiene que ver con hacerse con el botín, buscando ávidamente novedades recién salidas del horno (ya he ido comentando las más relevantes de mi wishlist), sucumbiendo a la adquisición de placeres culpables (confieso haberme hecho con un Martians!!! para completar mi colección de Zombies!!!) o entregándonos al pálpito ocasional de aventuradas extravagancias (este año, Dark Blood). Sin embargo, también es parte sustancial de la experiencia charlar personalmente con algunos de los más grandes diseñadores del mundillo (he compartido mesa o cruzado palabras con Eklund, Wallace o, este año, Lacerda), disfrutar de demostraciones de juegos todavía en desarrollo o producción (me ha pasado con Scythe, Unconcious Mind o, esta ocasión, Speakeasy) y curiosear entre mercancía no agendada porque, simplemente, se pone a tiro cuando se libera una mesa en el momento adecuado. Eso sí, en este último caso, hay que entregarse a los hados y aceptar la desigual suerte: este año, mientras Aquaria, un euro precedido de cierto hype y con un tema ciertamente atractivo -la gestión de un acuario-, nos pareció más seco que la mojama, Ink, un abstracto sobreproducido y que no parecía prometer nada demasiado especial, nos resultó tremendamente entretenido (y, por supuesto, lo compramos).

Recomiendo, en todo caso, tres reglas fundamentales que, cual mogwai, todo jugón debería respetar si quiere cabalgar adecuadamente la ola -o, más bien, el tigre- lúdico de Essen. En primer lugar, no ir con niños, muggles o cualquier otro tipo de acompañante no jugón. Sí, Essen es también una feria familiar, sobre todo el sábado, pero para familias alemanas que viven allí mismo y, generalmente, van un único día… y, a menos que niños y acompañantes patrios sean unos auténticos frikazos y sepan inglés, pasada la sorpresa inicial, se van a aburrir soberanamente recorriendo interminables pabellones masificados. En segundo lugar, no pretender jugar partidas de principio a fin. No se pega uno un viaje de miles de kilómetros y se deja un pastizal para dedicarle las necesarias tres horas de explicación y desarrollo completo a un solo juego. Pensemos que el horario de apertura de la feria es de diez a siete y, aun así, habría que estar muy a tope para aprovechar y disfrutar todas esas horas. Lo lógico es pensar en un máximo de cinco o seis horas bien dedicadas a husmear y probar diferentes cosas… y reservar algo de tiempo para jugar con los juegos adquiridos cuando regresemos a nuestro alojamiento. De hecho, una de las cosas más satisfactorias de Essen es, en la medida de lo posible, compartir partidas con jugones de otros países en los hoteles o restaurantes que frecuentemos; lugares que, en muchas ocasiones, disponen de zonas reservadas para darle al vicio lúdico y cervecero (esto es Essen, señoras y señores). Y, en tercer y último lugar, no olvidar organizar bien la agenda de los juegos que se quieren probar y/o comprar. Para esto último, es muy útil seguir la preview de Essen que, año a año, se ofrece en la BoardGameGeek y confeccionar, a partir de ella, wishlists con todos los datos relevantes de los juegos (incluyendo el número del stand que lo pone a la venta, imprescindible para orientarse dentro de la barriga de la bestia). Esto garantizará ir a tiro fijo a la hora de adquirir lo que realmente nos interesa antes de que se agote. También permitirá optimizar los tiempos para probar lo marcado como dudoso, sin que, por supuesto, todo esto sea óbice para explorar otras posibilidades con mayor libertad y sin tanta planificación.

Por eso, a pesar de todo, si sabemos organizarnos, hay luz para el jugón al final del túnel de Essen. Y es precisamente pensando en esa luz por lo que yo suelo afirmar que cuando me muera no quiero ir al cielo sino a la feria de Essen.

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Fuente:BGG Via:ElMiskatonico.es

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