sábado , 11 octubre 2025
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¿Por qué Disfrutamos de los Juegos de Mesa Antes de Haberlos Jugado?

¿Por qué disfrutamos más buscando y descubriendo juegos de mesa que jugándolos? La dopamina y la adaptación hedónica tienen la respuesta.

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Quienes disfrutamos de los juegos de mesa, perdemos horas y más horas navegando (y, a veces, naufragando) en Internet en la incansable búsqueda de nuevos juegos, en páginas web o en canales de YouTube, buscamos en Kickstarter o Gamefound para adelantarnos a lo que vendrá, estamos al tanto del desarrollo de los nuevos proyectos, vemos su impacto cuando los presentan en ferias o cuando la editorial comienza a liberar imágenes.

Necesitamos saber.

Finalmente, cuando el juego aterriza en tiendas corremos ilusionados al encuentro de esa caja de cartón, abriéndonos a codazos entre una multitud inexistente, agarramos la caja con la obsesión de Golum y volvemos corriendo a casa, la abrimos precipitadamente y es entonces cuando comienza la ceremonia: observando cada pieza o carta con placer casi erótico, tocamos todo, olemos todo, leemos el manual, destroquelamos introduciendo nuestros dedos lúbricamente a través del cartón. Todo ha sido puro goce, desde el momento que supimos del juego hasta que comenzamos a jugarlo.

Unas cuantas partidas más tarde, ese juego queda relegado al olvido y sustituido por una nueva ilusión en forma de nuevo juego que va a aparecer en los próximos días.

¿Por qué disfrutamos más de la búsqueda (y el descubrimiento) del juego que del juego en sí mismo?

Cuando buscamos algo, nuestro cerebro libera grandes cantidades de dopamina (el neurotransmisor del placer y la motivación).  La incertidumbre y la expectativa generan más placer que el beneficio. Observad a un perro como se emociona cuando ve que te encaminas hacia el saco de comida o le muestras la correa que sostienes en tu mano. Comienza a correr de un lado a otro, alegre como nunca. Luego, cuando está comiendo o está paseando a tu lado por la calle, esa alegría parece haberse perdido en el tiempo como lágrimas en la lluvia.

La causa de la emoción pierde su efecto con el tiempo. En cambio, el deseo mantiene la emoción viva. A esto se le llama adaptación hedónica (adaptación a la novedad).

Cuando llevamos varias partidas de ese nuevo juego, es esta adaptación la que nos hace perder la emoción. No es culpa nuestra: es un proceso cerebral. Bueno, en realidad si que es culpa nuestra porque nuestro cerebro somos nosotros. Pero se trata de algo involuntario. Como cuando vaciamos nuestra cuenta bancaria para comprarnos el teléfono móvil de última generación que acaba de salir al mercado. Los primeros días estamos maravillados con lo que contemplamos en la brillante pantallita, pero, con el transcurrir de los días, la novedad se convierte en cotidianeidad. Confundimos este tránsito a la “normalidad” como el habernos acostumbrado cuando, en realidad, no es mas que la adaptación a la novedad.

Es lo mismo que sucede cuando perdemos el interés por algunos juegos después de jugarlos varias veces.

Nuestro cerebro prefiere la incertidumbre y el desafío. Cuando buscamos un nuego juego, no sabemos exactamente qué pasará. ¿Lo conseguiremos? ¿Será como esperamos? ¿Qué calidades tendrá? ¿Cuánto durará una partida? Todas esas preguntas, toda esa incertidumbre, es lo que mantiene nuestra mente activa. Tenemos un objetivo. Una vez conseguido, la emoción desaparece porque ya no hay nada que descubrir.

Disfrutamos en la búsqueda (del juego perfecto para nosotros) y en el descubrimiento (de ese juego cuando abrimos la caja) y disfrutamos mucho. La culpa es de toda esa maldita dopamina liberada durante el proceso. El no saber si nos va a gustar (la incertidumbre) nos mantiene durante las primeras partidas, pero luego nuestro cerebro se adapta (adaptación hedónica) y lo que creíamos excepcional pasa a ser normal, incluso anodino.

Todo son procesos cerebrales lógicos.

La clave de la felicidad lúdica no consiste en jugar a un juego, sino en seguir deseando y explorando nuevos juegos que aún no tenemos. Abriendo cajas, destroquelando cartón y enfundando cartas, leyendo reglas y jugando la primera partida. A partir de ahí, nada puede ir a mejor. Por eso buscamos nuevos juegos constantemente, porque anhelamos ese placer único que proporciona la exploración y el descubrimiento.

No somos raros, es nuestro cerebro. Así de simple, así de complejo.

Bueno, algo raros también somos, asumámoslo.

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