Aparte de las Damas y el Ajedrez, también hubo otros juegos de mesa en mi niñez. La Oca y el Parchís los recuerdo de mi más tierna infancia jugona. Venían en la misma caja de «Los Juegos Reunidos Geyper» con la que empecé a jugar a las Damas.
La Oca
La Oca va unida directamente a mi primera memoria de usar dados sobre un tablero. Lo más divertido era cantar con rintintín y voz repelente, las frases típicas como “de oca a oca y tiro porque me toca” o “de puente a puente porque me lleva la corriente”. Me fascinaban esos dibujos tan coloridos de las casillas, aprendí a contar mejor sumando el número de la casilla dónde se encontraba mi ficha más la tirada del dado; y el azar me llevaba de la mano, junto con mis hermanos o alguno de mis progenitores, hasta el final de la partida.
Parchís
Por la parte de atrás del tablero de la Oca, estaba el del Parchís. Con darle la vuelta cambiábamos de juego, ¡increíble! Imposible no sentir añoranza por esas épicas partidas con mi ejercito de cuatro fichas, el cubilete y los malditos dados. Este era un juego bastante divertido para un niño, porque había que “matar” las fichas de los demás, correr para que no me mataran las mías, buscar casillas dónde estar protegido de los ataques rivales, intentar llegar sano y salvo a la lejanísima meta y hacer sumas más largas que en la Oca para avanzar hasta el destino marcado por la tirada de los dados. Fácil sentirse decepcionado si no salían las cosas bien y fuente de lágrimas si todavía uno no estaba acostumbrado a perder. Rabietas de niños que servían para ir aprendiendo que en los juegos también hay confrontación y mala leche de los demás jugadores.
Varias Navidades de mi infancia, cuando ya era un poco más mayor, todo un adolescente, tuvieron como regalo principal un juego de mesa. Lo que pasaba es que en mi pequeña ciudad valenciana solo había una única tienda donde elegir y yo no sabía que otros juegos se podían comprar salvo los que veía en su escaparate. Allí fue donde los elegí antes de que me los trajeran sus Majestades de Oriente. Y en esa edad fue cuando conocí el Monopoly, el Cluedo, el Risk y el Stratego.
Monopoli
El Monopoly es el juego de mesa al que recuerdo haber echado más partidas cuando era niño. Partidas larguísimas de toda la tarde, maldiciendo al dado, comprando calles y disfrutando cuando caían en ellas. Esas calles que decían que eran las de la desconocida ciudad de Madrid (¿quién me iba a mí a decir que acabaría viviendo alli muchos años más tarde?), construyendo hoteles, yendo a la cárcel, manoseando los billetes (nunca había tenido tanto dinero en mis pequeñas manos), sufriendo, riendo, pasándomelo bien con mi puñado de amigos. Era chulo eso de sentirse un rico empresario cuando vivías en una familia modesta y construir hoteles cuando nunca habías estado en uno.
Cluedo
¿Y qué decir del Cluedo?. Este era una auténtica pasada. Nos convertíamos en detectives que tenían que descubrir quién era el asesino, con qué arma había cometido el asesinato y en qué habitación de la casa. La verdad es que visto ahora, no parece un tema muy para niños pero en fin, a los adultos no les preocupaba mucho y con qué estuviéramos quietecitos un rato les valía la pena. Una gran ventana abierta para la imaginación de un niño que con absoluta entrega se dejaba llevar por unos componentes chulísimos. Aquí no solo eran fichas y dados, sino que teníamos cartas con las armas, las habitaciones y los personajes, además de un tablero muy grande con cuadraditos por dónde movíamos nuestros coloridos peones. Este era un juego de estrategia, había que pensar, engañar, descubrir y ser un buen detective para decir algo así como «la asesina es la señorita Amapola con el candelabro en la biblioteca». ¡Vaya frase, eh! Nos faltaba tener bigote y vestir gabardina pero yo todavía no tenía ni un pelo en mi cara y lo de la gabardina creo que nunca había visto ninguna salvo en la tele en la serie de Colombo.
Risk
El Risk también era un juegazo. Teníamos ejércitos y jugábamos en un tablero que representaba el mapa del mundo. Se trataba de combatir, de eliminar a los otros ejércitos, de conquistar países, de pensar como defendernos ante los ataques de los otros, buffff…¡un juego directamente bélico!, con lo que nos gusta a los niños jugar a disparar y a las guerras. Molaba cantidad tirar el montón de dados para arrasar con las tropas de los demás y seguir viajando por el tablero para invadir más y más países. Nunca me gustó tanto la geografía como con el Risk al que jugábamos de niños.
Stratego
Por último, estaba el Stratego que era una especie de Ajedrez pero mucho más sencillo. De nuevo ejércitos para cada uno de los bandos pero en vez de jugar a pecho descubierto, aquí no se sabía quién era cada una de nuestras fichas ya que estaban ocultas al rival. Lo malo era que solamente podían jugar dos jugadores a este juego totalmente militar porque teníamos capitanes, tenientes, sargentos, bombas, banderas, espías o generales. Jugué muchísimas partidas y, lo cierto, es que entre el Risk y el Stratego, ya estaba preparado para mi futuro servicio militar aunque estaba en un futuro bastante lejano todavía.
De mayor quiero ser empresario, militar o detective
Éramos los tres o cuatro amigos habituales, más algún hermano más pequeño de ellos o mío (si había sitio), los que echábamos esas partidas a estos juegos. Todo un mundo de diversión metido en las cajas de los maravillosos juegos de mesa que a mí me hacían decir que de mayor quería ser empresario, militar o detective.
Me veía construyendo hoteles y todo tipo de edificios para ganar muchísimo dinero, conquistando países junto a un gran ejercito de soldados o resolviendo crímenes con mi inteligencia detectivesca. Pero, por ahora, lo único que iba a investigar eran los misterios de mi juego preferido, el Ajedrez, aunque eso lo contaré en el próximo capítulo.
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